Cuando volvía los veranos al mismo pueblo en el que llevaba veraneando desde mi infancia, visitaba los mismos lugares, y veía como poco a poco iba cambiando el entorno.
Aunque las playas seguían siendo las mismas, aunque el paisaje de aquella cala seguía siendo el mismo, siempre había algo nuevo o algo desaparecido.
Recuerdo que los mejores momentos los pasaba sentada en este banco, viendo pasar a gente desconocida, a rostros que iban y venían cargados de bolsas llenas de recuerdos para llevarse a sus casas, para regalar a sus familiares...
Los atardeceres allí eran especiales, paseaba por el pueblo junto a mis familiares, y cuando anochecía volvíamos a el hotel.
Pero llegaba la hora de volver a la rutina, y juntos volvíamos a nuestro pueblo y esperábamos otros 365 días para volver.
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